jueves, 3 de febrero de 2011

FIDEL CASTRO: "HAY QUE AYUDAR A HAITI" (30-11-2004)

(DISCURSO DE CLAUSURA DEL V CONGRESO DE LOS COMITÉS DE DEFENSA DE LA REVOLUCIÓN
Palacio de las Convenciones. La Habana, Cuba, 28 de septiembre de 1998)

Y voy a añadir algo más. Queda Haití.

Bien, se está hablando de un número de víctimas, alrededor de 100 muertos. Se habla de un número de desaparecidos; quizás muchos de ellos vayan para la lista de los muertos. Han reportado 100 muertos con motivo del huracán. ¿Por qué no se ayuda a ese país? Se lo pregunto a la comunidad internacional. ¿Cuándo van a ayudar a ese país, en dos palabras? ¿Y quiere saber la comunidad internacional cuántas vidas pueden salvarse? Aprovecho esta ocasión dramática del huracán para plantearlo.

Los ciclones dramatizan, pero sobre este país hay un permanente huracán, como este o peor, que mata todos los días casi a tanta gente como la que el huracán mata en un día, y parto de datos precisos y exactos.

Le pregunto a la comunidad internacional: ¿Quieren ayudar a ese país, invadido e intervenido militarmente no hace mucho tiempo? ¿Quieren salvar vidas? ¿Quieren dar una prueba de espíritu humanitario? Hablemos ahora del espíritu humanitario y hablemos de los derechos del ser humano.

Nosotros les decimos: Sabemos cómo se pueden salvar 15 000 vidas todos los años, o en dos palabras: cómo se pueden salvar alrededor de 25 000 vidas en Haití todos los años. Se conoce que cada año mueren 135 niños de 0 a 5 años por cada 1 000 nacidos vivos. Repito: 135 niños de 0 a 5 años
por cada 1 000 nacidos vivos.

Un programa de salud --esto lo hemos hablado nosotros con algunos dirigentes políticos que han visitado nuestro país-- podría salvar a
15 000 de esos niños, y, en un cálculo muy conservador, otras 10 000 vidas más de niños entre 5 y 15 años y de jóvenes y adultos pueden salvarse sin grandes gastos.

¿Por qué a partir de esta amarga experiencia, de este daño que sufre ese país, que nos viene a recordar la larga tragedia de ese pueblo, no se le ayuda en ese campo?

Partiendo de la premisa de que el gobierno y el pueblo de Haití aceptarían gustosos una importante y vital ayuda en ese campo, proponemos que si un país como Canadá, que tiene estrechas relaciones con Haití, o un país como Francia, que tiene estrechas relaciones históricas y culturales con Haití, o los países de la Comunidad Económica Europea, que
están integrándose y ya tienen el euro, o Japón, ponen los medicamentos, nosotros estamos dispuestos a poner los médicos para ese programa (Aplausos), todos los médicos que hagan falta, aunque haya que enviar una graduación completa o el equivalente.

Este país, que cuenta con más de 60 000 médicos y que puede decir con orgullo que tiene el más alto per cápita de médicos del mundo; que formó médicos calculando incluso necesidades del Tercer Mundo donde hemos enviado a muchos de nuestros profesionales de la salud, que han creado
incluso facultades universitarias en varios de ellos, dispone de los médicos necesarios para el programa que proponemos.

Nos reunimos con los que están allá en Sudáfrica, una prueba elocuente de que la cuestión del idioma no es una dificultad. Nuestros médicos que fueron a Sudáfrica tuvieron que estudiar inglés y pasar un duro examen. Hay alrededor de 400, están como profesores, incluso, varios de ellos. Sabemos el aprecio que les tienen, todas las aldeas están pidiendo médicos cubanos. Cuando ellos llegaron a las aldeas, allí no se hablaba inglés —las aldeas de los sudafricanos donde están nuestros médicos no hablan inglés— y en un tiempo brevísimo nuestros médicos se adaptaron a
aquella situación, aprendieron el dialecto de las aldeas y prestan excelente servicio. Así, el francés o el patois que se habla en Haití, con un mínimo técnico, con unos libritos, por el camino aprenden la terminología necesaria para entenderse con los pacientes, ese no es un problema; es más complicado el inglés.

Pero, además, hay un ejemplo: decenas y decenas de miles de haitianos a principios de este siglo, en las primeras décadas viajaron a Cuba a cortar caña y a trabajar como semiesclavos, y eso no fue un obstáculo para que cortaran toda la caña que necesitaban las transnacionales
norteamericanas y los que empleaban a aquellos haitianos.
Para explotarlos no hacía falta conocer su idioma, como tampoco estos países de habla inglesa o de habla española necesitaban conocer el idioma de las aldeas de Africa para traer a trabajar a millones y millones de africanos que fueron esclavizados y crearon incalculables fortunas a sus
dueños.

Para prestar salud a un enfermo y salvar vidas no hace falta conocer previamente el idioma de la aldea. La historia lo ha demostrado, aparte de nuestra experiencia reciente.

En estos programas lo más difícil es obtener el personal humano y nosotros tenemos el personal humano. Estoy seguro de que no faltarán voluntarios entre nuestros jóvenes médicos, estoy absolutamente seguro (Aplausos prolongados), y son médicos que van a las montañas, van a los campos y van a donde sea. Están allá en las aldeas de Sudáfrica (Uno
del público le dice: "¡Y sangre, si hace falta!") (Aplausos.)

Aprovecho esta ocasión, este momento, cuando todavía viven esos pueblos bajo el trauma de lo ocurrido, para proponer este programa para ser dirigido por una institución de Naciones Unidas, la Organización Mundial de la Salud.

Haití no necesita soldados, no necesita invasiones de soldados; lo que necesita Haití son invasiones de médicos para empezar, lo que necesita Haití, además, son invasiones de millones de dólares para su desarrollo. Eso no lo tenemos nosotros, pero lo tienen de sobra los organismos
internacionales: lo tiene el Banco Mundial, lo tienen las otras instituciones y lo tiene Occidente, con capacidad suficiente para dar un ejemplo de humanidad. Ese es el país que se encuentra entre los más pobres del mundo y es el más pobre de América Latina, sin discusión: poco espacio, tierra erosionada, montañas deforestadas, zonas pesqueras
agotadas. Ha motivado acuerdos de Naciones Unidas, invasiones militares autorizadas por Naciones Unidas y ejecutadas por brigadas aerotransportadas de Estados Unidos.

Ese país no necesita brigadas aerotransportadas, lo que necesita desesperadamente son brigadas de médicos. Los médicos podemos suministrárselos; otros que envíen maestros y otros que envíen los recursos indispensables para la escuela, infraestructura de hospitales y para el desarrollo de ese país. ¿Para cuándo lo van a dejar?

Que no nos digan que vamos allí a adoctrinar a los haitianos, porque nuestros médicos no han adoctrinado a nadie en las aldeas de Sudáfrica, ni en las decenas y decenas de países donde han trabajado, empezando por
Argelia desde muy temprano. Allá fueron los médicos. Los primeros médicos que salieron de aquí, realmente fueron para Argelia, muy al principio de la independencia. Y cuando nada más teníamos unos 3 000 médicos, porque nos habían llevado a los demás, la Revolución les abrió las puertas de Estados Unidos que quería dejar a nuestro pueblo sin médicos. Sin la Revolución no les habrían dado ninguna visa a los que estaban aquí sin empleo el día del triunfo, sin posibilidades, siquiera, de ir a cualquier lugar.

En Argelia se realizó la primera misión internacionalista que hicieron nuestros médicos. Alrededor de 25 000 médicos y personal de la salud han pasado por decenas y decenas de países de todo el mundo. Y queda hecho el planteamiento, lo sometemos a la consideración de los países o grupos de
países que he mencionado, independientemente de la apelación que hacemos a que ayuden a Santo Domingo y a las demás islas que he mencionado antes.

El caso crítico, crítico, crítico es realmente el de Haití, un clarísimo caso donde con un programa de salud relativamente modesto se podrían salvar 15 000 niños menores de cinco años reduciendo la mortalidad infantil de cero a cinco años a 35 por cada 1 000 nacidos. Nosotros
tenemos 9,4, casi cuatro veces menos. Ya para reducir esa cifra a menos de 20 se requiere una medicina más sofisticada; pero reducir esa mortalidad hasta 35 ó 30 es relativamente fácil.

¿Cuántas madres podrían salvarse de las que mueren en el parto, y cuántas personas de cualquier edad que mueren de enfermedades infecciosas, que son típicas de estos países tan pobres, o de otras enfermedades, perfectamente prevenibles o curables? Hago un cálculo muy conservador, y
le ofrezco hoy a la comunidad internacional la cooperación para que se salven todos los años no menos de 25 000 vidas, y la inmensa mayoría niños. Si no se hace eso en el mundo, ¿cuál será su destino?

Nosotros tenemos ese personal humano. No es un costo económico, es un costo humano. Tenemos a los hombres y mujeres capaces de llevar a cabo ese programa. Si se dignan a considerar estas palabras, esta proposición, que se comuniquen con nosotros cuando lo deseen, para que inmediatamente se pueda hacer un estudio de qué hace falta en ese país para salvarlo, y hace falta, desde luego, médicos y medicamentos.

Espero que comprendan que no deseamos protagonismo alguno, pues todo estaría subordinado a la OMS y que no vamos a adoctrinar absolutamente a nadie, porque es difícil adoctrinar a un niñito de seis meses, de un año, dos, tres, cuatro, cinco, seis y siete en cuestiones de marxismo-leninismo, o en teorías sobre comunismo, o en subversión política. Eso no lo han hecho jamás nuestros médicos en las decenas de países del Tercer Mundo donde han estado y salvado
incontables vidas.

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